El impacto del ejercicio aeróbico
- OSCAR PORTALES
- 24 oct
- 3 Min. de lectura
La salud auténtica no se mide únicamente por la fuerza con la que podemos empujar una máquina en el gimnasio ni por la forma que toman nuestros músculos frente al espejo. El verdadero indicador de un organismo equilibrado es su capacidad para oxigenarse con eficacia y mantener todas sus funciones internas en armonía. Eso se conoce como capacidad aeróbica y es una señal poderosa del bienestar profundo, el que no siempre se aprecia a simple vista.

El entrenamiento de fuerza aporta muchísimo valor. Fortalece la musculatura, mejora la estabilidad de los tendones y aumenta la solidez de huesos y articulaciones. Gracias a ello nos movemos con mayor seguridad y calidad. Aun así, un cuerpo fuerte puede estar internamente poco preparado para cuidarse si no trabajamos también la salud del corazón, los pulmones y el sistema circulatorio. Aquí es donde la actividad aeróbica se vuelve imprescindible, porque si nuestro objetivo es lograr una buena salud cardiopulmonar, este tipo de trabajo debe ocupar un lugar central entre nuestras actividades.
Cuando nos movemos de manera continuada y el corazón late más rápido, se vuelve más eficiente. Aprende a bombear sangre con menos esfuerzo y consigue que el oxígeno llegue mejor a todos los tejidos. Esta adaptación ayuda a reducir la presión arterial y disminuye la probabilidad de padecer enfermedades cardiovasculares. Además, facilita el control del peso corporal al usar más grasa como fuente de energía y nos protege frente a problemas metabólicos asociados a la obesidad.
Es importante destacar que la quema óptima de grasa no ocurre de inmediato; generalmente se alcanza tras veinticinco o treinta minutos continuos de actividad aeróbica, cuando el cuerpo ya ha agotado las reservas de energía rápida y empieza a utilizar de manera más eficiente la grasa acumulada.
El ejercicio aeróbico hace que el cerebro libere endorfinas, pequeñas moléculas que elevan el ánimo, reducen la ansiedad y mitigan el estrés. La mente se vuelve más clara y positiva. También ayuda a conservar las funciones cognitivas con el tiempo al mejorar el riego sanguíneo cerebral, protegiéndonos frente al deterioro asociado a la edad.
A pesar de toda esta evidencia, la industria del fitness genera mucha confusión porque utiliza mensajes diseñados para atraer más que para informar. Se venden rutinas que prometen mejorar el sistema cardiorrespiratorio cuando en realidad apenas elevan el pulso lo necesario. Incluso se piensa que moverse con pesas muy rápido equivale a entrenar el corazón de forma efectiva. Puede cansar mucho pero no significa que estemos aumentando la salud interna del organismo.
La clave está en la frecuencia cardiaca. Para que el trabajo sea aeróbico de verdad necesitamos mantener el pulso dentro de un rango específico durante un periodo continuo. De manera general se sitúa entre el 60 y el 80 por ciento de la frecuencia cardiaca máxima de cada persona. En este nivel respiramos más deprisa y sentimos que el cuerpo se activa, aunque aún podemos hablar con relativa comodidad. Actividades como caminar a paso vivo, pedalear, nadar o trotar cumplen perfectamente la función si se mantienen sin pausas prolongadas.

Por debajo de ese rango la actividad es demasiado suave para generar cambios profundos en la salud interna. Por encima entramos en otro tipo de esfuerzo que puede ser útil pero no optimiza la oxigenación del organismo. Lo importante es entender que no todo lo que nos hace sudar fortalece el corazón y que la prioridad para cuidar la vida que late en nuestro pecho es dar protagonismo al movimiento aeróbico, complementándolo con fuerza como aliado.
Cuidar la musculatura es fantástico y necesario pero el corazón necesita su propio entrenamiento. Integrar ambos mundos hace que el cuerpo no solo se vea bien sino que funcione mejor, que piense mejor y que viva mejor. Y descubrir esto es entender la salud desde su esencia.


