Deja correr tus pensamientos
- OSCAR PORTALES
- 4 oct
- 3 Min. de lectura
Creer en uno mismo no es una frase de autoayuda, es una necesidad real para poder avanzar. En el running, como en la vida, la mente corre mucho antes que el cuerpo. Quien piensa que no puede, probablemente no lo intentará. Y quien lo intenta convencido de que fracasará, casi siempre termina confirmando su propia profecía. No porque le falten fuerzas o cualidades, sino porque ha dejado que la duda se convierta en su punto de partida.

A menudo nos cuesta reconocernos capaces. En situaciones en las que podríamos hacer una valoración positiva de nosotros mismos, elegimos centrarnos en lo contrario. Nos resulta más fácil pensar que no valemos para algo que concedernos la posibilidad de aprenderlo. Así, alguien que repite una y otra vez que no sirve para el running, aunque tenga buenas condiciones físicas, acabará por no practicarlo de forma constante. No porque no pueda, sino porque ha decidido que no podrá.
Valorarnos como corredores no tiene que ver con un positivismo barato ni con convencernos de que todo saldrá bien. Se trata más bien de romper una creencia que nos separa de la realidad, de desarmar ese filtro mental que nos hace ver incapacidad donde hay potencial. No se trata de inflar el ego, sino de acercarnos con honestidad a lo que realmente somos capaces de hacer. La autoconfianza no consiste en imaginar logros imposibles, sino en dejar de boicotear los posibles.
Las creencias negativas tienen un poder silencioso. Se instalan despacio, a veces disfrazadas de prudencia o de autocrítica. Nos convencen de que no pasa nada por renunciar antes de empezar, porque “sabemos cómo acabará”. Pero esa renuncia no nace de la realidad, sino de una interpretación. Y cuando confundimos creencia con evidencia, minamos nuestra confianza incluso antes de dar un paso.
Cambiar esta forma de pensar no es fácil. No basta con decirnos frases positivas ni con fingir entusiasmo. Requiere un trabajo más profundo, un proceso de observación y paciencia. Implica detenernos a escuchar cómo nos hablamos, identificar esas frases automáticas que nos limitan y empezar, poco a poco, a cuestionarlas. No se trata de pasar del “no puedo” al “puedo con todo”, sino de introducir una grieta en esa certeza negativa y permitir que entre algo de luz.
Concedernos el beneficio de la duda puede parecer poco, pero es mucho más de lo que pensamos. Cuando nos decimos “quizás sí puedo”, abrimos la puerta a la posibilidad. Esa pequeña apertura es la que permite probar, trotar unos metros, volver al día siguiente. La confianza no llega de golpe, se construye a medida que comprobamos que el esfuerzo tiene sentido. Cada entrenamiento, cada día que cumplimos con lo prometido, va transformando la creencia.

Somos el reflejo de nuestros pensamientos, pero también tenemos la capacidad de elegirlos con mayor conciencia. Si nuestra mente se alimenta solo de juicio y desconfianza, el cuerpo lo siente. Si la nutrimos con paciencia y realismo, el cuerpo responde. Correr no se convierte entonces en una batalla contra nuestras limitaciones, sino en un espacio donde aprender a escucharnos sin castigo.
Hay días en que la motivación desaparece y la voz interna vuelve a insistir en que no servimos para esto. Es normal. La autoconfianza no es una línea ascendente, es un camino irregular, lleno de repeticiones y silencios. Pero cada vez que salimos a correr pese a esa voz, estamos cambiando algo en nuestro interior. No estamos demostrando que somos los mejores, sino que merecemos intentarlo.
Quizás correr no sea solo cuestión de piernas, sino de pensamientos. Tal vez la verdadera meta no esté al final del recorrido, sino en haber confiado lo suficiente como para dar el primer paso. Porque solo cuando dejamos de creer que no podemos, empezamos a correr de verdad, hacia adelante, hacia nosotros mismos, hacia la versión más libre y honesta de quienes somos.


