Cuando el esfuerzo despierta la duda
- OSCAR PORTALES
- 2 nov
- 3 Min. de lectura
Cuando empezamos a correr solemos centrarnos en sumar kilómetros y mejorar poco a poco nuestra resistencia, pero pronto descubrimos que el trabajo muscular también forma parte del proceso. Los ejercicios de fuerza, movilidad o estabilidad son esenciales para correr mejor y evitar lesiones, aunque al principio pueden parecer más difíciles de lo esperado.

Es normal sentir que cada sentadilla pesa demasiado o que mantener el equilibrio en ciertos movimientos requiere un esfuerzo enorme. Lejos de ser una señal de debilidad, esa sensación inicial forma parte natural del aprendizaje del cuerpo y de su adaptación a una nueva forma de moverse.
Al comenzar, el cuerpo se enfrenta a estímulos que no conoce. Los músculos, los tendones y el sistema nervioso deben coordinarse de maneras distintas a las habituales. Durante las primeras sesiones, el esfuerzo parece mayor porque todavía no existe una conexión fluida entre el cerebro y los músculos. A esto se le llama adaptación neuromuscular.
Con el tiempo, el cuerpo aprende a realizar los movimientos con más eficiencia, activando mejor cada grupo muscular y gastando menos energía en cada repetición. Esa mejora llega sin que apenas nos demos cuenta, pero requiere constancia y paciencia.
Es importante no interpretar el cansancio inicial como una señal de que no servimos para esto. Todos los comienzos son duros porque implican salir de la zona de comodidad. Lo que hoy cuesta tanto, dentro de unas semanas parecerá mucho más fácil. En lugar de frustrarnos, podemos verlo como una oportunidad para comprobar de lo que somos capaces. Cada pequeño progreso, como realizar un ejercicio con más control o notar que aguantamos una serie más, es una victoria que merece celebrarse.
Para que el trabajo muscular resulte más llevadero conviene empezar despacio. No se trata de levantar grandes pesos ni de hacer rutinas interminables, sino de aprender bien la técnica y escuchar el cuerpo. Lo ideal es comenzar con ejercicios sencillos que activen los músculos que más participan en la carrera, como las piernas, el core y los glúteos. Movimientos como las sentadillas, las zancadas, los puentes de glúteo o las planchas son grandes aliados para quienes empiezan. Realizarlos con calma, concentrándose en la postura y la respiración, ayuda a crear una base sólida sobre la que luego será más fácil progresar.
También ayuda mucho incorporar la fuerza dentro de la rutina de running sin que parezca un castigo. Puede hacerse al final de un entrenamiento corto o en días alternos, dedicando solo unos minutos. La clave está en la regularidad. Diez o quince minutos bien enfocados tres veces por semana son suficientes para notar cómo el cuerpo se fortalece y los movimientos se vuelven más naturales.
Para mejorar la percepción del esfuerzo, conviene cambiar el enfoque. En lugar de pensar en lo duro que resulta, podemos fijarnos en las sensaciones positivas que deja el entrenamiento. Sentir los músculos activados, notar cómo la postura mejora o comprobar que corremos con más ligereza son señales de progreso. Escuchar música, entrenar con alguien o hacerlo en un entorno agradable también puede transformar la experiencia. A veces el esfuerzo se vuelve más llevadero cuando se asocia a momentos de bienestar y no a una obligación.

El descanso y la recuperación son tan importantes como el propio entrenamiento. Dormir bien, hidratarse, alimentarse de forma equilibrada y tomarse uno o dos días de pausa ayudan al cuerpo a asimilar el trabajo realizado. Con el tiempo, esa combinación de fuerza, descanso y constancia transforma la percepción del esfuerzo. Lo que antes parecía una montaña se convierte en un simple paso más hacia adelante.
Cada ejercicio que cuesta es una semilla de mejora. No hay prisa, solo camino. Lo importante es mantenerse en movimiento, confiar en el proceso y recordar que el esfuerzo que hoy te reta será mañana la base de tu fortaleza.


