Una ilusión vestida de certeza
- OSCAR PORTALES
- 20 oct
- 3 Min. de lectura
Hay un fenómeno silencioso y poderoso que atraviesa la vida de todos sin pedir permiso, una fuerza que a menudo dicta conductas y decisiones más que cualquier razón o conocimiento consciente. Las personas, en su mayoría, encuentran un extraño consuelo en no cuestionar aquello que desconocen.

No es simple desidia ni falta de inteligencia, sino una especie de refugio emocional, una burbuja que protege de la inquietud que despierta la incertidumbre. La mente humana tiende a preferir la seguridad aparente de la certeza, aunque esta sea ilusoria, antes que enfrentarse al vértigo que produce la contemplación de lo desconocido. Así, lo ignorado se convierte en territorio sagrado, un espacio donde no se necesita pensar demasiado ni confrontar la propia vulnerabilidad.
Este confort que otorga la ignorancia no es casualidad ni debilidad; es una estrategia de supervivencia psicológica. Admitir la falta de conocimiento requiere coraje, implica desprenderse de la arrogancia silenciosa que acompaña a quienes creen saberlo todo, y enfrentarse a la humillación que puede surgir de la confrontación con la verdad.
La conciencia de lo que se ignora despierta un temblor interno que muchos evitan con presteza, pues la comodidad de lo conocido, aunque limitado, se siente infinitamente más amable que la exposición al vacío del desconocido. En este sentido, la ignorancia tiene su propia belleza paradójica: protege, abriga y calma, pero a cambio perpetúa una ilusión que impide el crecimiento auténtico.
Vivimos en una sociedad que premia la certeza visible y castiga la duda expresada, y ello refuerza la tendencia a permanecer en la ignorancia. Hablar con seguridad, aunque se esté equivocado, otorga un reconocimiento inmediato. La convicción superficial se confunde con sabiduría, y quienes la poseen reciben la atención que la reflexión cautelosa raramente logra.
Por eso, muchos eligen la seguridad de la ignorancia como traje social, un disfraz que permite navegar la vida sin el peso incómodo de la autocrítica constante. En este escenario, cuestionar lo desconocido se convierte en un acto de valentía, un gesto casi heroico que desafía la comodidad y la aprobación social.
Pero la verdadera trascendencia surge cuando alguien se atreve a romper esa burbuja, cuando la curiosidad vence al temor y la pregunta se impone sobre la certeza sin fundamento. Entonces, el alma se despierta, y la mente descubre horizontes que antes parecían inaccesibles. La incomodidad que provoca lo desconocido se transforma en motor de transformación y expansión. La persona que se enfrenta a lo que no sabe deja de ser prisionera de la ilusión y se convierte en viajera de la posibilidad. Comprender que ignoramos es el primer paso hacia la sabiduría, pues solo quien reconoce sus límites puede abrir la puerta al aprendizaje genuino.

Esta dinámica entre comodidad y conocimiento revela algo esencial sobre la condición humana. La ignorancia segura no es necesariamente enemiga del pensamiento, sino una fase que todos atraviesan, un recordatorio de que el miedo a lo desconocido está inscrito en la biología y en la cultura. La clave no está en eliminarla de manera violenta, sino en aprender a vivir con ella mientras se permite que la curiosidad, la duda y la reflexión vayan abriendo caminos hacia lo profundo y lo verdadero. Quien logra ese equilibrio experimenta una libertad interior que supera la ilusión de seguridad que brinda la ignorancia.
Al final, la comodidad que proviene de no cuestionar lo desconocido es un espejo que nos muestra cuánto tememos enfrentarnos a nosotros mismos y a la vastedad de la realidad. Romper esa comodidad no garantiza respuestas fáciles ni certezas absolutas, pero despierta algo más valioso: la conciencia plena de la propia existencia y la capacidad de asombrarse ante la complejidad del mundo. Reconocer lo que no se sabe y abrazar la incomodidad que ello genera es un acto de coraje silencioso, un compromiso con la verdad que, aunque incompleto, eleva el espíritu más allá de las seguridades efímeras que nos encadenan a la ignorancia.



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