Hay almas
- OSCAR PORTALES
- hace 3 días
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Actualizado: hace 18 horas
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Hay almas
Hay personas que no llegan para ocupar un lugar visible en la historia, sino para rozar el centro. No llaman, no preguntan, no se anuncian. Aparecen y algo se abre. Como si el alma reconociera una frecuencia antigua y respondiera sin pensarlo. No hacen ruido al entrar, pero el silencio cambia de densidad cuando están. Y uno entiende, sin saber cómo, que ese instante no es común. Que algo delicado y profundo está ocurriendo aunque nadie haya pronunciado una sola palabra.

A veces basta una mirada. No una cualquiera, sino una que se detiene sin invadir, que observa sin juzgar. En ese cruce fugaz se suspenden las defensas y el tiempo se vuelve blando. Hay gestos que contienen más verdad que un discurso entero. Una sonrisa apenas insinuada. Un movimiento lento de la cabeza. Una presencia que escucha incluso cuando no hay nada que decir. En esos detalles mínimos se revela una intimidad que no necesita explicación.
Resulta conmovedor descubrir que alguien puede tocarnos así casi sin conocernos. Que puede acariciar una herida que ni siquiera sabíamos que estaba expuesta. No se trata de magia ni de destino solemne. Es algo más humilde y más hondo. Un encuentro entre dos sensibilidades que se reconocen por debajo de las biografías. Como si ambos recordaran algo que no han vivido juntos pero que de algún modo les pertenece.
Estas personas no siempre se quedan. Muchas veces pasan como pasan ciertas estaciones breves que dejan una luz particular. Su huella no depende de la duración sino de la intensidad con la que nos miraron. Después de ellas algo se suaviza en nosotros. O se vuelve más vulnerable. O más atento. Nos dejan una emoción nueva para la que no teníamos nombre. Y esa emoción se queda, acompañándonos en momentos inesperados.
Hay un amor silencioso en estos encuentros. Un amor que no pide nada, que no exige continuidad, que no se defiende. Ama desde el respeto profundo por la libertad del otro. Ama sin prometer. Ama sin reclamar. Y quizá por eso duele de una forma distinta cuando se aleja. No hay reproche ni pérdida clara. Solo una nostalgia suave, casi agradecida, por haber compartido algo tan verdadero aunque haya sido breve.
Con el tiempo uno aprende que estas personas no vienen a completar nada. No llenan vacíos ni resuelven carencias. Vienen a recordarnos. Nos devuelven una imagen más nítida de quienes somos cuando bajamos la guardia. Nos muestran una versión más sensible de nosotros mismos. Y aunque después la vida siga con su ritmo habitual, ya no somos exactamente los mismos que antes del encuentro.

Hay recuerdos que no se pueden narrar. No tienen escenas claras ni diálogos definidos. Son sensaciones. Una calma repentina. Una emoción que aparece sin aviso. Un pensamiento que vuelve siempre acompañado de una ternura inexplicable. Esas memorias no buscan cerrarse. Permanecen abiertas, como una ventana por la que entra aire fresco de vez en cuando.
Pensar en estas personas no conduce a certezas. Conduce a una forma más cuidadosa de estar en el mundo. A mirar despacio. A no subestimar los encuentros breves. A entender que algunas almas se cruzan solo para tocarnos y seguir su camino. Y que en ese roce fugaz, casi invisible, puede quedar marcada una vida entera sin necesidad de palabras, sin promesas, sin final.



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