Serenidad en el horizonte
- OSCAR PORTALES
- 27 oct
- 3 Min. de lectura
La paz mental es un objetivo que muchas personas desean alcanzar. Significa sentirse en equilibrio con uno mismo y mantener relaciones sanas y respetuosas. Sin embargo, hay quienes viven en un estado constante de conflicto interno que afecta todos los aspectos de su vida. Cuando una persona no logra gestionar adecuadamente sus emociones, el malestar puede transformarse en comportamientos dañinos hacia sí misma y hacia quienes la rodean.

La falta de armonía emocional puede generar conductas autolesivas en el ámbito social. Esto no siempre implica daño físico directo, sino una tendencia al autosabotaje. La persona se expone a situaciones perjudiciales, rompe vínculos importantes o mantiene un modo de relacionarse basado en la agresividad, la manipulación o el control. Es común que la ira reprimida busque salir mediante actitudes que hieren a otros, especialmente a quienes se encuentran cerca y representan figuras importantes en su vida.
Algunas personas pueden intentar que otros sientan parte de su dolor. Es una forma distorsionada de comunicar su sufrimiento, un intento de ser escuchadas o comprendidas. Aunque esta conducta tenga un origen emocional, no deja de causar daño y convierte la interacción con los demás en un espacio tóxico y doloroso.
Muchas veces la agresión no es impulsiva ni descontrolada. Puede manifestarse de forma calculada. La persona utiliza la humillación, el acoso o la manipulación emocional como herramientas para mantener una sensación de poder. Los hijos pueden convertirse en instrumentos dentro de conflictos. Cuando se utilizan para generar daño psicológico, se colocan sobre ellos responsabilidades y tensiones que dejan huellas profundas.
El consumo de sustancias aparece como otra vía de escape frente al sufrimiento interno. El alcohol, la cocaína, el cannabis, los tranquilizantes o los estimulantes se usan para adormecer la angustia o para sentir un alivio temporal. Aunque pueda parecer una salida momentánea, el consumo repetido empeora los síntomas emocionales. Disminuye el autocontrol, intensifica la irritabilidad y debilita la capacidad de reflexión, lo que facilita la falta de respeto, la provocación de conflictos y las actitudes abusivas.
Detrás de todas estas conductas suele existir un dolor profundo. No se trata únicamente de una personalidad difícil. Con frecuencia hay experiencias traumáticas no elaboradas, baja autoestima, miedo al rechazo o trastornos psicológicos sin diagnóstico. La agresividad funciona como defensa y la hostilidad se convierte en un refugio que impide aceptar la vulnerabilidad. Persistir en infligir daño solo fortalece el aislamiento y el sufrimiento propios.
Ante esta realidad, cabe preguntarse si una persona que vive en un ciclo de daño puede cambiar. La respuesta es afirmativa, pero requiere un proceso serio, constante y guiado. La transformación comienza cuando se reconoce el problema. Mientras la persona responsabilice exclusivamente a factores externos, será imposible avanzar. Tomar conciencia del malestar interno es el primer paso hacia la sanación.
La ayuda profesional resulta fundamental. La psicoterapia permite identificar el origen del sufrimiento, desarrollar habilidades emocionales, aprender a gestionar la ira y establecer formas de comunicación más saludables. También es necesario abordar el consumo de sustancias mediante acompañamiento especializado, ya que la dependencia debilita cualquier intento de mejora personal.

Alcanzar la paz mental implica compromiso, paciencia y responsabilidad. Aunque el camino pueda ser complejo, existe la posibilidad real de transformar la vida. Cuando la persona se permite reconocer su dolor y buscar ayuda, comienza a construir un futuro más humano, respetuoso y equilibrado. El cambio no ocurre de un momento a otro, pero es posible cuando existe una verdadera intención de sanar y de dejar de herir a quienes también merecen vivir en paz.
Finalmente, queda la pregunta que invita a la reflexión. ¿Qué sentido tiene continuar por un camino que hiere tanto a quienes nos rodean como a nosotros mismos?. Persistir en la agresión, la manipulación y el control no aporta crecimiento, ni calma, ni bienestar. Solo prolonga el vacío y la frustración. Reconocer esta verdad es el primer paso para abandonar el ciclo destructivo y comenzar a avanzar hacia un horizonte más sereno.



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