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El manejo de impresiones

  • Foto del escritor: OSCAR PORTALES
    OSCAR PORTALES
  • 21 sept
  • 3 Min. de lectura

En nuestra sociedad actual se ha vuelto cada vez más común una práctica que pasa muchas veces desapercibida aunque influye de manera profunda en la forma en que nos relacionamos. Se trata del manejo de impresiones, entendido como el esfuerzo consciente por mostrar una imagen favorable y aceptable de uno mismo frente a los demás. Investigadores de distintas épocas han analizado este fenómeno, llegando a la conclusión de que no se trata de un simple acto de apariencia, sino de un conjunto de procesos psicológicos que permiten controlar la manera en que somos percibidos por quienes nos rodean.


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Una de las fuerzas más poderosas que alimenta esta práctica es la necesidad de aprobación social. Los seres humanos buscamos de manera natural ser aceptados, reconocidos y valorados, por lo que ajustamos nuestro comportamiento y hasta nuestra apariencia de acuerdo con lo que consideramos adecuado para cada contexto. En esta dinámica, las redes sociales han adquirido un papel protagónico. Allí es posible seleccionar qué aspectos de la vida se muestran y cuáles se ocultan, construyendo así una versión idealizada de la propia existencia.


Aunque este ejercicio puede resultar útil, también encierra peligros. La presión por mantener una imagen impecable puede alejarnos de la autenticidad, volviendo nuestras interacciones más superficiales y menos profundas. Cuando el esfuerzo por impresionar se convierte en prioridad, lo genuino queda relegado y las personas que nos rodean tienen dificultades para conocernos de verdad. La consecuencia suele ser la desconfianza y el distanciamiento, ya que la autenticidad es el pilar sobre el que se levantan la confianza y la conexión emocional. Una fachada demasiado cuidada puede convertirse en una barrera invisible que impide el encuentro sincero con los demás.


Este conflicto entre lo que mostramos y lo que realmente somos no solo afecta nuestras relaciones. También puede repercutir en la salud mental. La distancia entre la identidad pública y la privada genera tensión, ansiedad y un profundo malestar interior. Mantener durante largo tiempo una fachada perfecta resulta agotador y termina erosionando el bienestar psicológico. Vivir en constante contradicción con uno mismo es una carga que no todos logran sostener sin consecuencias.


La respuesta a este dilema pasa por fomentar la autoaceptación y la autenticidad. Quien aprende a valorarse sin depender por completo de la mirada ajena descubre que su dignidad no está condicionada por la aprobación externa. Cultivar amor propio y una relación saludable con uno mismo es esencial para construir una imagen más equilibrada y honesta. En muchos casos, contar con la guía de un profesional se convierte en una ayuda valiosa, pues ofrece herramientas que permiten trabajar la autoestima y la confianza personal, además de enseñar estrategias para reconciliar la identidad privada con la pública.


A pesar de estas tensiones, conviene recordar que la sociedad aprecia la honestidad y la humildad, incluso cuando revelan imperfecciones o fragilidades. Reconocer los errores no debilita, sino que demuestra integridad y favorece un ambiente de sinceridad. Sin embargo, el temor al juicio social lleva a muchos a ocultar sus vulnerabilidades, perpetuando así la distancia entre lo que realmente son y lo que muestran.


El manejo de impresiones no debe entenderse como una práctica siempre negativa. Puede ser una estrategia útil en ciertos contextos, como entrevistas de trabajo, interacciones profesionales o situaciones que exigen un comportamiento cuidadoso. Además, no todas las figuras admiradas por su presencia o por su éxito construyen necesariamente una imagen distorsionada. A lo largo de la historia han existido personas cuyo talento, belleza o ejemplo han destacado sin necesidad de artificios y este fenómeno seguirá presente mientras existan seres humanos capaces de inspirar.


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La admiración hacia otros, lejos de ser dañina, constituye una emoción positiva cuando se diferencia de la envidia. Admirar implica reconocer virtudes en los demás que pueden motivarnos a aprender, a crecer y a superarnos. En realidad, todos los individuos poseen rasgos dignos de ser valorados y descubrirlos en nosotros mismos fortalece nuestro autoconcepto.


El desafío consiste en hallar un equilibrio entre mostrar una versión cuidada de uno mismo y permanecer fiel a la autenticidad. Solo cuando combinamos estas dos dimensiones logramos establecer vínculos verdaderamente significativos. En un mundo cada vez más dominado por las apariencias, la honestidad personal se convierte en un bien preciado que abre la puerta a relaciones más sinceras y satisfactorias.

 
 
 

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