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Cuando la distancia es un acierto

  • Foto del escritor: OSCAR PORTALES
    OSCAR PORTALES
  • 15 oct
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 16 oct

Hay veces en que las personas se aprecian sinceramente y, aun así, no encajan. Comparten momentos, risas y buena intención, pero algo no fluye del todo. No hay una pelea, ni un motivo concreto, solo la sensación de que la conexión no termina de encontrarse. Aceptar eso no es fácil. Queremos creer que el afecto basta, que si hay cariño todo se puede arreglar. Pero la realidad es que no todas las personas están hechas para caminar juntas, y no pasa nada.


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Durante mucho tiempo hemos creído que para que una relación se enfríe o se rompa tiene que haber un culpable. Que alguien falló, que alguien no supo cuidar lo que tenía. Sin embargo, no siempre hay errores ni malas intenciones. A veces simplemente hay diferencias de ritmo, de valores, de manera de pensar o de estar en el mundo.


La incompatibilidad puede mostrarse de mil maneras. En la comunicación, cuando uno necesita hablar y el otro se guarda lo que siente. En la forma de demostrar afecto, en la manera de gestionar los conflictos o en lo que cada quien espera de los demás. También puede aparecer en la energía cotidiana. Hay vínculos que cansan sin razón aparente, que requieren demasiado esfuerzo para mantenerse vivos. Y cuando eso sucede, es señal de que algo no encaja.


Lo difícil es darse cuenta. Muchas personas se resisten, intentan sostener la relación a toda costa, confunden la lealtad con la obligación. Piensan que si algo no funciona es porque no se ha intentado lo suficiente. Pero no todo vínculo se salva con más esfuerzo. Forzar lo que no fluye acaba desgastando a todos. Y cuando alguien decide poner distancia, quien quiere conservar la relación puede reaccionar con enfado, tristeza o decepción, como si alejarse fuera un acto de egoísmo. En realidad, a menudo es un gesto de sinceridad y de respeto.


Las personas que logran ver la incompatibilidad a tiempo suelen tener una sensibilidad tranquila. Son capaces de escuchar su intuición y reconocer cuándo algo ya no les sienta bien. No necesitan dramatizar ni buscar culpables. Entienden que alejarse puede ser una forma de cuidar, y que no todo lo que se suelta se pierde. Son quienes valoran la honestidad por encima de la apariencia de armonía.

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En estas situaciones, la prioridad debería ser la paz interior. No aferrarse, no culpar, no insistir en lo que ya se desdibuja. A veces, lo más sabio es agradecer lo compartido y seguir adelante sin resentimiento. Cada relación, incluso las que no duran, deja una enseñanza, un reflejo de lo que somos y de lo que necesitamos.


Aceptar que no siempre encajamos no es un fracaso, es una muestra de madurez. Significa reconocer la diversidad de caminos, de ritmos y de formas de sentir. Significa elegir la serenidad antes que el desgaste, y comprender que hay vínculos que florecen y otros que simplemente cumplen su ciclo. Y está bien. Porque soltar con respeto también es una forma de afecto, y dejar ir a tiempo puede ser la manera más honesta de reconocer lo vivido.


 
 
 

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