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La presión social en la adolescencia

  • Foto del escritor: OSCAR PORTALES
    OSCAR PORTALES
  • 22 oct
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 23 oct

Hay un momento en la vida en que el mundo parece un escenario donde todo se mide por la mirada de los demás. Los adolescentes viven en esa frontera borrosa entre la búsqueda de identidad y el miedo a no encajar. Las decisiones que tomen en ese periodo, cuando la presión social aprieta como una cuerda invisible, pueden marcar rumbos opuestos. Algunos se mantienen firmes, otros se dejan arrastrar por la corriente. Nadie está completamente a salvo, porque resistir o sucumbir no depende solo de la voluntad, sino también del entorno, del apoyo que se tenga, del deseo urgente de pertenecer.

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En los pasillos del instituto, en una fiesta o en un grupo de chat, la presión se disfraza de camaradería. Una botella que pasa de mano en mano, una broma que roza la crueldad, un reto para demostrar que no eres un cobarde. Es en esos segundos donde el corazón late más rápido y las razones parecen difuminarse. Quien cede al impulso puede sentir la efímera satisfacción de ser aceptado, pero al día siguiente queda el eco de la duda, esa pregunta que incomoda: ¿fue realmente elección propia?


Sucumbir a esa corriente puede parecer inofensivo al principio. Un trago para reír, una pelea por orgullo, una travesura que se sale de control. Pero detrás de esos gestos se esconden riesgos profundos. El consumo de alcohol o de drogas, la violencia o la rebeldía ante la autoridad no son simples errores de juventud, sino puertas que pueden abrirse hacia la adicción, el conflicto, la pérdida de confianza en uno mismo o de la libertad en el peor de los casos. Lo que comienza como un intento de encajar puede transformarse en una cadena difícil de romper.


En el otro extremo están quienes se atreven a decir no, adoptando una negativa consciente surgida de la reflexión. A veces lo hacen con una calma que desconcierta, otras con una mezcla de miedo y coraje. Resistir no es una actitud de rebeldía vacía, sino un acto de autenticidad. Es el gesto de quien elige pensar por sí mismo, incluso cuando eso significa quedarse al margen por un tiempo. Estos adolescentes suelen ganar algo que no se ve de inmediato, una sensación de respeto propio, independencia emocional y la capacidad de decidir desde la convicción, no desde el miedo al rechazo.


La diferencia entre ambos caminos no se define solo en el momento de la tentación. Detrás de cada reacción hay un entramado de historias familiares, de conversaciones o silencios. Un hogar donde se escucha, donde se pregunta sin juzgar, crea un escudo invisible. Los padres que acompañan sin imponer, que confían sin soltar del todo, son los que logran que sus hijos desarrollen ese músculo invisible de la resistencia. La comunicación abierta, el ejemplo coherente y la empatía cotidiana son más poderosos que cualquier sermón moral.


El entorno familiar actúa como brújula en medio del caos adolescente. Cuando hay afecto, límites claros y confianza mutua, los jóvenes se sienten menos necesitados de la aprobación externa. Pero cuando falta ese sostén, la mirada del grupo se vuelve juez y verdugo. Buscar pertenecer es una necesidad humana, y nadie quiere ser el raro o el aislado. Sin embargo, es en esa búsqueda donde se juega una de las batallas más decisivas, elegir por encajar en el grupo de iguales o guiarse de las propias convicciones.

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Resistir la presión social no significa vivir al margen de todo. Significa tener la capacidad de decidir cuándo algo es sano y cuándo no, o cuándo querer participar en algo y cuándo no. Los adolescentes que logran ese equilibrio pueden disfrutar de sus amistades, participar, reír y explorar sin perder su norte. Los beneficios son tan sutiles como duraderos, autoestima sólida, pensamiento crítico y libertad interior.


Al final, no se trata de héroes ni de villanos. Todos, en algún momento, dudan, tropiezan, aprenden. Pero quienes descubren que la verdadera fuerza no está en seguir la corriente, sino en mantenerse fieles a lo que creen justo, crecen con una luz distinta. En ese aprendizaje se juega no solo la adolescencia, sino el inicio de una vida propia, libre y consciente, capaz de resistir cualquier marea.








 
 
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