Adolescencia en movimiento
- OSCAR PORTALES
- 12 sept
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 31 oct
La adolescencia es un viaje intenso y lleno de descubrimientos, una etapa en la que el cuerpo cambia a toda velocidad y la mente busca respuestas a preguntas nuevas. En medio de esa transformación, el deporte se presenta como una brújula que orienta, fortalece y da sentido. Moverse, correr, saltar o practicar cualquier actividad física no es solo una forma de liberar energía, sino una oportunidad para construir bienestar, confianza y equilibrio. En un tiempo donde los adolescentes enfrentan presiones escolares, sociales y emocionales, el ejercicio puede ser una poderosa herramienta para sentirse mejor consigo mismos y con el mundo que los rodea.

Desde la biología, el impacto del deporte en esta etapa es impresionante. El cuerpo adolescente está en pleno crecimiento, y la actividad física ayuda a que huesos y músculos se desarrollen de manera saludable. Hacer ejercicio fortalece el sistema inmunológico, mejora la postura y regula el metabolismo, previniendo enfermedades como la obesidad o la diabetes tipo 2. Lo más fascinante es que el movimiento activa la liberación de endorfinas, dopamina y serotonina, neurotransmisores que generan sensaciones de alegría y calma. Esa química natural del cuerpo es capaz de reducir el estrés, mejorar el sueño y aumentar la motivación. No es casualidad que los adolescentes que practican deporte suelan sentirse más enérgicos y optimistas.
El deporte también tiene un papel fundamental en la construcción de la identidad y la autoestima. En una etapa donde las comparaciones y las inseguridades son frecuentes, lograr una meta deportiva, aprender una nueva habilidad o simplemente notar el progreso diario se convierte en un motor de confianza. Cada esfuerzo deja huella. La constancia enseña que los resultados no llegan de inmediato, y esa lección, aprendida a través del movimiento, se traslada a los estudios, las relaciones y los proyectos personales. Cuando un joven experimenta la satisfacción de superar un reto físico, empieza a creer más en su capacidad para enfrentar cualquier desafío.

En el plano psicológico, el ejercicio es una válvula de escape natural. Las emociones en la adolescencia pueden ser un torbellino y el deporte ofrece una vía saludable para canalizarlas. Entrenar o jugar en equipo ayuda a liberar tensiones, a enfocarse en el presente y a encontrar serenidad mental. Algunos especialistas lo llaman “terapia en movimiento”, porque permite expresar lo que a veces no se puede decir con palabras. Además, la actividad física mejora la concentración y estimula la memoria gracias a una mayor oxigenación cerebral, lo que favorece el rendimiento académico.
Practicar deporte también protege frente a riesgos que acechan en esta etapa. La evidencia científica muestra que los adolescentes activos tienen menos probabilidades de caer en conductas adictivas, ya que el ejercicio genera placer y satisfacción de forma natural. En procesos de recuperación, el deporte puede ser un apoyo valioso porque reestructura rutinas, refuerza la disciplina y brinda un sentido de logro. Los programas de rehabilitación que incluyen actividad física observan una mejora significativa en la estabilidad emocional y en la percepción de autocontrol. En otras palabras, moverse ayuda a reencontrarse.
El componente social del ejercicio es otro de sus grandes beneficios. Participar en deportes de equipo o actividades grupales fomenta la cooperación, el respeto y la empatía. En la cancha, en la pista o en el gimnasio, los adolescentes aprenden a comunicarse, a confiar y a celebrar tanto los triunfos como los fracasos. Estos espacios se convierten en refugios donde pueden sentirse aceptados y valorados. La pertenencia a un grupo deportivo también actúa como un escudo frente al aislamiento y la soledad, problemas cada vez más frecuentes entre los jóvenes.

No hace falta pasar horas entrenando ni alcanzar un nivel competitivo. Lo importante es moverse con constancia y disfrutarlo. Puede ser correr al aire libre, bailar, andar en bicicleta o practicar artes marciales. Lo esencial es que la actividad conecte con la emoción. Cuando el movimiento se vive como placer y no como obligación, se transforma en un hábito que nutre cuerpo y mente.
El ejercicio en la adolescencia no es solo una práctica saludable, sino una escuela de vida. Enseña a perseverar, a confiar en uno mismo, a liberar lo que pesa y a disfrutar de los pequeños logros. En un mundo donde todo cambia rápido, el deporte ofrece algo firme: la certeza de que el bienestar se construye paso a paso, con esfuerzo, constancia y alegría. Cada movimiento, cada respiración y cada meta alcanzada son una inversión en futuro, una forma de decirle al cuerpo y al alma que están creciendo juntos, más fuertes, más libres y más felices.

