top of page
Buscar

Un pudor introspectivo

  • Foto del escritor: OSCAR PORTALES
    OSCAR PORTALES
  • 1 nov
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 8 nov

¿Quieres escuchar música mientras lees este artículo?




Un pudor introspectivo


En lo concerniente a nuestro cuerpo, parece que hemos aprendido a cuidar de casi todo menos de aquello que nos sostiene. Atendemos cualquier molestia física con diligencia. Consultamos al médico cuando la garganta duele, pedimos una revisión si el corazón palpita distinto, buscamos consejo para mantenernos en forma. Nadie duda de que un cuerpo necesita atención. Sin embargo, cuando el malestar no se mide en grados ni se palpa con las manos, cuando se esconde en el pensamiento o en el ánimo, el impulso de pedir ayuda se desvanece. Nos convencemos de que no es para tanto, de que se pasará solo, de que no necesitamos a nadie. Y mientras tanto, la mente se desgasta en silencio.


ree

Esa resistencia tiene raíces más hondas que el simple descuido. Ir al psicólogo supone detenernos y mirar hacia adentro, enfrentarnos a lo que preferimos mantener en la sombra. No siempre es el prejuicio lo que nos frena, sino el temor a encontrarnos con lo que hemos evitado durante tanto tiempo. Un acompañamiento profesional adecuado invita a nombrar lo que cuesta decir, a reconocer el miedo, la tristeza o la rabia que disfrazamos de calma. Nos enfrenta a la fragilidad, y eso incomoda. Hemos aprendido a valorar la fortaleza, a medirnos por la capacidad de aguante, y por eso pedir ayuda nos parece una forma de derrota.


El cuerpo, en cambio, no amenaza nuestro orgullo. Si enferma, buscamos alivio sin sentirnos menos capaces. Nadie cuestiona que un brazo roto o una infección necesiten atención profesional. Pero cuando se trata de la mente, actuamos como si el sufrimiento fuera un asunto de voluntad. Pensamos que bastará con distraernos, trabajar más o fingir entusiasmo. Creemos que cuidar el cuerpo es legítimo, mientras cuidar el interior parece un exceso de sensibilidad. Esa diferencia revela una idea equivocada de la salud, una que separa lo visible de lo invisible, como si lo que ocurre en la mente no tuviera el mismo derecho a ser atendido.


Hay pensamientos que nos detienen antes de dar el paso. “No estoy tan mal”, “hay gente con problemas de verdad”, “si empiezo no sabré cómo parar”. Son frases que tranquilizan por fuera pero que adormecen por dentro. Nos hacen creer que controlamos lo que en realidad nos desborda. Detrás de ellas se esconde el miedo a perder una imagen, a dejar de parecer fuertes, a reconocer que algo se ha movido sin nuestro permiso. Y sin embargo, no hay fortaleza más grande que la de quien se atreve a mirarse con honestidad.


La mente también tiene su forma de avisar. A veces lo hace con cansancio, otras con una sensación de vacío o con una ansiedad que no se explica. Esas señales son tan reales como una fiebre o un dolor físico, pero las ignoramos porque no se ven. Preferimos continuar como si nada, sosteniendo una normalidad que se agrieta poco a poco. Quizá no sea falta de tiempo lo que nos impide pedir ayuda, sino la dificultad de aceptar que la necesitamos.

ree

Tal vez ha llegado el momento de replantearnos qué entendemos por salud. No solo la ausencia de enfermedad, sino la capacidad de habitar la vida sin que el peso de lo no dicho nos desborde. Reconocer que debemos atender a nuestra mente, no significa rendirse, significa cuidar de lo que no se ve, del lugar desde donde sentimos, pensamos y decidimos. Igual que el cuerpo, la mente necesita atención, descanso y cuidado. Ignorarla es como tapar una herida con una sonrisa.


Cuidarla, en cambio, es un acto de respeto. Una manera de decirnos que también merecemos alivio, comprensión y tiempo. Tal vez, si aprendiéramos a hacerlo con la misma naturalidad con que atendemos al cuerpo, descubriríamos que la verdadera salud no se limita a funcionar, sino a poder estar en el mundo con un poco más de claridad y lucidez.


 
 
 

Comentarios


© 2025 By Óscar Portales. Powered and secured by WIX

bottom of page