El precio de la inercia: diez preguntas para salvar el servicio público
- OSCAR PORTALES
- 1 nov
- 3 Min. de lectura
La administración española afronta el desafío silencioso de la erosión del compromiso y la rutina institucional. No se trata de recursos ni de leyes, sino de cultura, liderazgo y propósito. ¿Podemos sostener un sistema público de calidad con esta forma de funcionar?

El sistema público español ha sido, durante décadas, una de las grandes fortalezas de nuestro Estado del bienestar, garante de derechos, igualdad y estabilidad social. Sin embargo, en los últimos años, se ha ido instalando un fenómeno silencioso y corrosivo, como lo es la pérdida de propósito y de impulso transformador.
La administración sigue funcionando, pero cada vez con más dificultad, sostenida por la inercia de sus estructuras más que por la convicción de sus personas. La pregunta ya no es cómo mantener el sistema público, sino cómo evitar que se vacíe de sentido.
Para provocar esa reflexión, propongo diez preguntas incómodas, cinco para dirigentes y cinco para funcionarios, que revelan los hábitos y respuestas más comunes en nuestro sector público. No son acusaciones, sino espejos. Y lo que muestran es preocupante.
A los dirigentes públicos
1. ¿Estamos evaluando el desempeño o simplemente comprobando que nadie incumpla?
“Ya tenemos sistemas de control suficientes; lo importante es cumplir las normas.”
Cumplir no es mejorar. Una organización que solo controla, pero no aprende, se estanca.
2. ¿Cómo premiamos a quienes se esfuerzan o innovan dentro del sistema?
“En la función pública todos deben ser tratados por igual.”
La igualdad mal entendida mata el mérito. Tratar igual al que se implica y al que se limita a cumplir destruye la motivación colectiva.
3. ¿Qué plan tenemos para transferir conocimiento entre generaciones?
“El relevo se produce de forma natural con las oposiciones.”
El conocimiento no se hereda; se transmite. Sin mentoría ni cultura de aprendizaje, cada jubilación es una pérdida de valor público.
4. ¿Lideramos el cambio o esperamos a que la ley nos obligue a hacerlo?
“Aplicamos la digitalización cuando la normativa lo exige.”
La innovación forzada no transforma. La administración necesita valentía, no obediencia.
5. ¿Inspiramos a las personas o solo las gestionamos?
“Los funcionarios son profesionales; no necesitan motivación.”
Gestionar sin inspirar produce cumplimiento, no compromiso. Y sin compromiso, no hay servicio público de calidad.
A los funcionarios públicos
6. ¿Sientes que tu trabajo mejora la vida de los ciudadanos?
“Sí, pero nadie lo nota ni lo agradece.”
El reconocimiento externo importa, pero el propósito debe ser más fuerte. Servir sin propósito es cumplir sin alma.
7. ¿Qué haces cuando ves un proceso ineficiente o una norma absurda?
“Nada. Al final, nadie escucha.”
El silencio es cómodo, pero también cómplice. Si los que conocen el sistema no hablan, nadie lo mejorará.
8. ¿Te sientes preparado para los desafíos reales de tu trabajo?
“Los cursos son teóricos y poco útiles.”
Aprender no es asistir; es transformarse. La formación sin aplicación es un ritual vacío.
9. ¿Te sientes reconocido por tu esfuerzo?
“No demasiado; solo se nos critica.”
La falta de reconocimiento erosiona la vocación. Pero también deberíamos preguntarnos si reconocemos el trabajo de los demás.
10. ¿Por qué sigues en la administración pública?
“Por la estabilidad y las condiciones.”
La estabilidad es un privilegio, pero no un propósito. Sin vocación de servicio, el sistema se sostiene, pero se vacía de sentido.
Una pregunta para todos
¿De verdad creemos que un sistema público puede mantenerse a largo plazo cuando la motivación, la innovación y el liderazgo han sido sustituidos por la inercia y la resignación?
El servicio público no se derrumba de golpe, se desgasta lentamente en la rutina, en el “esto siempre se ha hecho así”, en la pérdida del sentido de servicio. Ni los dirigentes ni los funcionarios son el problema; el problema es la cultura que los ha acostumbrado a sobrevivir sin transformarse.
Cambiarla no requiere heroicidad, sino conciencia, ejemplo y coraje. El día que cada empleado público, desde el despacho más alto hasta la ventanilla más humilde, recupere la certeza de que su trabajo importa, el sistema público volverá a ser lo que siempre debió ser: el rostro más digno y comprometido del Estado al servicio de todos.
Las opiniones expresadas en este texto son personales y buscan fomentar la reflexión sobre la mejora del servicio público.



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